¿Sientes que todo se derrumba? ¿Que no te quedan fuerzas? No busques respuestas de inmediato. A veces basta con quedarse quieto. Admítelo: es difícil ahora mismo.
Cuando llega sin previo aviso, te aplasta hasta los cimientos. Y allí, en el polvo de tus ilusiones, te quedas sin palabras. Sin voluntad. Sin esperanza. Todo lo que una vez consideraste estable se derrumba. Y solo queda una pregunta: ¿Y ahora qué?
Cuando los días se vuelven vacíos
Suena el despertador, pero no te mueves. No porque tengas pereza, sino porque ya nada te impulsa. Todo parece inútil. La comida no tiene sabor. La gente que pasa se convierte en sombras. Y solo hay una sensación resonando en tu cabeza: la fatiga.
Cuando se pierde la brújula interior
Ya no tienes ni idea de adónde vas. No sabes qué quieres. Tu confianza en ti mismo se desmorona, paso a paso. No confías en ti mismo. No confías en los demás. Todo lo que antes era claro ahora es una sombra borrosa. Y los pensamientos se convierten en enemigos, no en aliados.
En esos momentos, no necesitas consejos. Necesitas un respiro. Solo uno, hasta el final.
Cuando crees que ya no puedes más
Hay días en los que quieres desaparecer. No porque de verdad quieras irte, sino porque quieres paz. Un lugar tranquilo sin expectativas ni decepciones. Un lugar donde puedas existir, sin preguntas.
Es necesario que se reúnan, no porque quieran, sino porque es necesario.
No llega ningún salvador. No llega ningún momento de iluminación. Llega la realidad. Y con ella, una elección. Puedes permanecer en la oscuridad. O puedes empezar a buscar pequeñas pistas. Paso a paso. Sin prometerle nada al mundo. Solo a ti mismo.
Cuando aprendes a abrazar tu dolor
No niegues lo que sientes. El dolor no es el enemigo. Es señal de que estás vivo. De que te importa. De que significa algo para ti. Te abraza como una ola que se niega a soltarte, pero en su interior reside el poder, si permites que te enseñe a respirar bajo el agua.
Cuando ya no buscas una salida, sino una forma de sobrevivir
No se trata de ganar. Se trata de sobrevivir. Se trata de la decisión de no rendirse. De dar un paso, pequeño, imperfecto, pero tuyo. De admitir que está bien avanzar despacio. Está bien llorar. Está bien vivir en silencio.
Entonces te reencuentras contigo mismo.
En algún lugar entre las cataratas, entre esas tardes tranquilas en las que ya no lloras porque ya no tienes lágrimas, te espera una nueva versión de ti. Más fuerte. Más tranquila. Más real. Y ella no te preguntará si estás bien. Te dirá que está perfectamente bien, aunque aún no lo estés.
Ser paciente.